Si hay algo que puede gustarme de noche es el sonidillo que hacen los grillos. Me dan paz.
Hace algunos años tuve la oportunidad de estar en la casa de Dalí en Port Lligat.
Hoy por hoy es un museo al cual solo puedes asistir con reservación previa, nosotros estábamos destinados a entrar ya que no hicimos reservación y gracias a una cancelación de momento nos permitieron el acceso.
Tengo vagos recuerdos de la casa, si tuviera que sintetizarla en una palabra sin duda sería: locura.
Me impresiona Dalí, por su capacidad de generar cierta repulsión en mi a través de sus obras. Pero más allá de su arte, me impresiona su personalidad ya que sin duda es y será auténticamente ÉL.
Y lo es desde 1904, que es cuando nació. Hace más de 100 años en dónde me pregunto si se habría celebrado la autenticidad de las personas como se celebra ahora, lo que no me cabe menor duda es que premiar y aceptar la originalidad en una persona, idea o sueño significaba en ese entonces seguramente caminar a pasos agigantados por sobre la sociedad.
Dos cosas se me quedaron muy grabadas de la visita a la siempre sorprendente casa de Dalí. Una de ellas la orientación de su cama y la pequeñísima ventana rectangular que mandó hacer para poder observar el primer rayo de sol que a través de ella se reflejaba en su espejo, y en consecuencia lo primero que veía al abrir los ojos al despertar ¡Simplemente espectacular!
Y la otra, sus pequeñas jaulitas amarillas alrededor de la habitación, pequeñitas como una cajita de cerrillos, dónde coleccionaba grillos para que durante la noche le cantaran. ¡Simplemente conmovedor!
Creo que en eso me parezco a Dalí, es más podría decir que tengo mis tintes de locura Dalilescos, pero así como él, hoy necesito que los grillos musicalicen mi noche, engrandezcan mi silencio y me devuelvan la paz.
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